I. P. L.
Llegó, hace unos cuantos años, a ese lugar privilegiado, una de las zonas próximas a la carretera que une Pedrosa de Duero y Roa. Dos localidades de la Ribera del Duero burgalesa señaladas por la especial elegancia de sus uvas y de sus tintos. Y allí creó, rodeado de belleza (dentro y fuera de la bodega), Pago de los Capellanes.
Las líneas y la decoración de ese edificio recordaban otros trabajos y otras tierras. Y hacía pensar a algunos que aquel hombre, también elegante, acababa de desembarcar en ese mundo del vino ya por entonces en plena ebullición. La realidad, muy diferente, es que Paco Rodero había crecido ayudando en los majuelos de su padre. Y que regresaba, cerrando su círculo vital, al lugar donde vio la luz por primera vez.
Lo encontrabas casi en cualquier parte -bodega incluida- dando a conocer sus elaboraciones, presentando sus marcas y hablando de sus vinos. Y sin dejar atrás el empeño de situarse entre los más reconocidos por derecho propio. Un ascenso a la gloria que no fue fácil ni rápido pero que a base de tesón, inversiones y acierto consiguió alcanzar.
Han sido veinticinco años desde que llegó hasta que, el 22 de marzo de 2023, nos dejó para siempre. Tiempo suficiente para que todas sus creaciones, extendidas por dos denominaciones de origen, rocen ya el cielo.