Consiguieron ser los mejores al enfrentarse a otras 119 parejas y a catorce vinos a ciegas. Eran suyos los rostros, puede que exultantes, que llenaron la imagen que proclamaba a los vencedores del 14.º Premio Vila Viniteca de Cata por Parejas. Se conocieron catando vinos naturales en un bar cooperativo de Lavapiés y coincidieron en la guía Peñín a la que Boris Olivas, que ha trabajado en bodegas de Francia, Chile y España, continúa vinculado como catador además de gestionar su escuela de cata. Alberto Ruffoni es sumiller de un restaurante madrileño que presta especial atención al vino: La Canibal.
“Dejamos de trabajar juntos -dicen-, pero seguimos catando botellas tapadas”. Los primeros recuerdos sobre esa bebida los sitúa Boris en los sorbos que probó, con autorización y sin ella, en su infancia. Parecida es la respuesta de Alberto, con familia en Ribeiro, al señalar “que siempre estuvo allí”. El primero se encontraba en París acabando la carrera de Biología y el segundo hacía prácticas de Comunicación en Peñín, tras estudiar Publicidad y Antropología en Madrid, cuando descubrieron a qué mundo pertenecían.
A partir de allí, estudiar, aprender y desvelar secretos fue su mayor empeño. Hasta que un día iniciaron juntos un viaje hacia la Casa Llotja de Mar (Barcelona) que ahora recuerdan así. “La odisea fue al principio. Boris llevaba toda la semana de catas, ocupado hasta última hora del sábado y yo también -dice Alberto-, cerrando el bar de vinos a la una de la noche. Dormimos un par de horas, cogimos el tren a las seis de la mañana y llegamos sin desayunar pero con ganas”.
-¿Nervios, se supone que todos?
-Sobre todo antes y después. Llegar a tiempo, esperar los vinos, los resultados, las fotos… Pero durante la cata estuvimos tranquilos. No teníamos expectativas ni presión. Mientras hubo vino, tuvimos calma. Estábamos centrados y disfrutando, porque se respiraba un ambiente muy lúdico.
-En ese premio los catadores se transforman y hasta se descomponen. ¿Es tanta la presión?
-No es tanta si se entiende como un juego. Uno en el que siempre hay más fallos que aciertos y el error es normal. Esta vez éramos 240 personas bajo los focos de un lugar imponente, pero el juego era el mismo: acercarse lo máximo posible a un vino. Las sorpresas sólo podían ser buenas.
-¿Cómo se prepara una prueba así?
-Somos amigos, compartimos lecturas y catamos miles de veces juntos a vista y a ciegas. Así que estudiamos el catálogo de Vila Viniteca y reforzamos huecos, catando en condiciones similares a las del concurso en casa, en Angelita, La Fisna, Vino y Compañía… Pero también en condiciones opuestas: catar en Black Pepper, nuestra tienda de especias favorita, es una carrera de obstáculos divertidísima (gracias por vuestra generosidad, añaden).
-¿Es un entrenamiento que dura toda la vida o comienza y termina con esta competición?
–Mientras nos guste el vino, seguiremos estudiando, bebiendo y aprendiendo juntos; aunque este entrenamiento en concreto se limita a las condiciones de este concurso.
-Las pruebas consisten en adivinar a ciegas el país, la variedad, la añada y otros datos. ¿Supongo que es imposible acertar sin haber probado antes ese vino o alguno muy parecido?
-Nosotros hicimos sólo dos plenos y no habíamos probado ninguno de los dos vinos, aunque sí otras añadas y referencias parecidas. Intentamos acercarnos a la variedad, la añada y la región, imaginando alternativas, bodegas y marcas sin arriesgar todo a una opción; pero puedes acertar un vino que no has probado.
-¿Y cómo se sabe que un vino es el Syrah de Walla Walla Valley (Washington) y otro el Trimbach Clos Sainte Hune Riesling Vendanges Tardives 1989 de Alsacia?
-Para nosotros, no se sabe. No habíamos probado esos vinos, aunque sí otros similares. Al syrah estadounidense lo pusimos en Sudáfrica (Sadie Family Collumella 2018), descartando Washington State porque nos parecía muy sudafricano. En Clos Sainte Hune llegamos más cerca. Anotamos un riesling viejo de grand cru alsaciano y vendimia tardía ¿Marcel Deiss 1998? No acertamos, pero nos acercamos.
-¿Cuál os resultó más difícil?
-Posiblemente el merlot toscano de la primera ronda, Tenuta di Trinoro Palazzi 2009. Tuvimos muchas dudas, estaba raro. Igual necesitaba un tiempo que la contrarreloj no concede. Olía a viejo, a ceras y pasas con una boca golosa, ácida y secante. Esa combinación rara nos hizo escribir Italia, Amarone della Valpolicella Classico 2010 de Allegrini o algo así.
-¿Y un acierto del que podáis presumir?
–El primer riesling de la primera ronda. Estaba muy rico y lo acertamos en equipo: coincidíamos en un riesling 2019 de Mosel-Saar-Ruwer, Alemania; pero disentíamos en los grados de botrytis, azúcar y alcohol. Boris concedió que era auslese y escribió Willi Schaefer Graacher Domprobst. E hicimos pleno. Delia le había dado el mismo vino, con años, días antes en La Fisna (tienda-taberna madrileña y una de sus responsables).
-¿Lo mejor, el aplauso, los treinta mil euros del premio o el reconocimiento?
-Un poco de todo. El premio y la repercusión se agradecen, nos confirman que ha ocurrido. Pero aunque no nos hubiéramos clasificado, el aprendizaje, la experiencia y el disfrute ya eran nuestros. Así que tal vez lo mejor sea el autoreconocimiento y descubrir que sí era posible.