Es ahora un héroe y como tal merece saludar y ser reconocido. No es el único, es solo uno más, aunque muy conocido, de los muchos hombres y mujeres que a base de esfuerzo y coraje levantaron este país. Y que supieron dejar a la siguiente generación un mundo mejor. Lucio Blázquez, como tantos otros, dedicó la mayor parte de su vida a lo que mejor sabía hacer: trabajar. El resto, cuando hubo tiempo, la familia, los amigos, alguna tarde en su barrera del 9 y unas partidas de mus.
Cimentó su fama, y la de Casa Lucio, a base de recetas honestas y sencillas, como esos geniales y tan mal imitados huevos rotos, hasta convertirse en el propietario del local más deseado durante décadas por la clientela. Sus mesas fueron, y en parte siguen siendo, un desfilar constante de políticos, actores, actrices, toreros y otras gentes del espectáculo llegados de cualquier parte del mundo.
Solo una cosa le quedaba por hacer: rematar una media belmontina muy despacio, casi parando el tiempo, con mucha grandeza… Como dicen ahora los profesionales, dándose importancia. Y eso, exactamente, es lo que acaba de hacer. Resistir con 87 a ese mal que nos acecha, como también lo han hecho otras personas con sus años y con más.
Suelen comentar quienes trabajan en los hospitales que temen, especialmente, a quienes no desean vivir. Lucio ha salido de uno de ellos, con el alta médica, dejando claro que tiene ganas de vivir, de luchar y de seguir. “Se torea como se es”, dijo El Pasmo de Triana. Y los escasos representantes de ese estilo íntimo y de esa forma de ser, Lucio entre ellos, lo cumplen hasta el último día.