La hizo posible el impulso de un puñado de bodegas cuando en esa tierra se arrancaba la verdejo y en este país no estaba claro que interesara el vino blanco. Un tiempo, marcado por la variedad palomino, con pocas cosas a favor más allá de la grandeza de su pasado. De esa forma nació, hace 40 años, la Denominación de Origen Rueda.
Más que éxito, aquello fue un estallido. La apuesta por la verdejo se traducía en agradabilísimos vinos jóvenes con sus características notas amargas, acidez prudente y personalidad fácilmente reconocible. Una oferta, con precios en general moderados, que estaba destinada a encontrarse y a entenderse con los consumidores del país más soleado de Europa.
Hubo ocasión para añadir el toque aromático de otro vidueño, sauvignon blanc, llegado de Burdeos. Y para elaborar, tras una vendimia manual, grandes vinos criados en contacto con sus lías o fermentados en barrica. Hoy es tiempo de otras experiencias a la que esta inquieta zona, que ha sido capaz de atraer inversiones desde casi cualquier parte, se ha sumado con pasión. Entre ellas, fermentaciones en huevos de hormigón que permiten limitar la presencia de la madera y preservar en mayor medida el carácter varietal.
Estas cuatro décadas la han convertido en la denominación preferida y la más consumida por los españoles en 2019, según el informe Nielsen. Una opinión confirmada por el récord de ventas, cerca de 93 millones de botellas, del último año. El futuro han decidido escribirlo con la ayuda de otras variedades como viognier o chardonnay. Y también con la afortunada recuperación de su vino de crianza biológica, el pálido de Rueda.