I. P. L
Atrás han quedado, uno tras otro, los treinta y cinco brindis. La fiesta de complicado nombre, Día Vino DO, que ha regresado por octava vez el segundo sábado de mayo. Y lo ha hecho con una acertada reivindicación sobre la contribución de las denominaciones de origen “a la cohesión social de los territorios en los que se ubican”. Celebración y mensaje que tendrían el mismo o más significado si el protagonismo recayera, sin más, en el vino.
También es posible leer esta convocatoria en función de la cohesión que muestran las organizaciones del sector. Entre los participantes no aparecen, nombres como Rioja, Ribera del Duero, Priorat, Penedés, Valdeorras, Cava, Bierzo, Terra Alta, Empordà o Montsant. Demasiados viñedos, bodegas, botellas y prestigio para seguir diciendo que todo está bien.
En realidad es más que probable que el vino se enfrente a uno de los peores momentos de su recorrido. En medio de una crisis climática y económica a la que resulta cada vez más difícil ofrecer respuesta. Durante los últimos días Rafael del Rey, director general del Observatorio Español del Mercado del Vino, ha reiterado, en declaraciones a los medios de comunicación, su diagnóstico.
El mercado está pidiendo, dice, vinos agradables y fáciles de beber como blancos, espumosos, frizzantes “e incluso los que son un poco golosos”. En El Correo de Burgos afirma también que la bajada del consumo no afecta ni a los vinos populares, aquellos que se venden entre seis y diez euros, ni a los de alta gama (una cantidad relativamente pequeña). Y que el problema llega con las marcas “que no encajan en ninguno de estos dos perfiles y ahí está la preocupación”, asegura. En resumen, mejor que nos coja confesados.
Foto: Ira Pavlyukovich (Unsplash)