Fueron los jefes de cocina o de partida que llevaron El Bulli hasta el final. Los que se comprometieron a mantenerse fieles a ese increíble realidad cuando ya se sabía que semejante esfuerzo creativo era insostenible. Y también que ese sueño tendría, más tarde o más temprano, un despertar como así fue. Mateu Casañas, Oriol Castro y Eduard Xatruc eran algo parecido a la guardia pretoriana de Ferran Adrià. Los cocineros destinados a garantizar el aterrizaje suave de un amplio equipo sobre la perfección exigida.
La irrepetible experiencia acumulada les llevó a continuar como equipo independiente en Cadaqués. Un nombre informal, Compartir, para unas propuestas desenfadadas sustentadas por las bases culinarias más actualizadas. Sobrada técnica, herencia creativa y personal evolución fueron rodando su proyecto. Pronto se sintieron preparados para dedicarse a lo que siempre habían hecho: complicarse la vida, volver a asumir los retos de la alta cocina y exigirse casi lo imposible.
Unos pocos años han sido de nuevo suficientes para destacar, sin estridencias, como una solvente fuerza. La imaginativa y particular versión de una trinidad que todavía tiene mucho que decir. Y que ha alcanzado, en noche gloriosa, un puesto hasta hace poco inimaginable. Son ya el número dos en The World’s 50 Best Restaurants, la lista que llevó a El Bulli cinco veces a su cúspide y ayudó a convertirlo en un fenómeno irrepetible. Una historia en la que aquellos por entonces jóvenes artistas volcaron su vida y sus esfuerzos y que ahora -de otra manera- están cerca de repetir.
Foto: Disfrutar