I. P. L.
Le interesaban, entre otras zonas, Jerez, Cigales, Rioja y también Rueda. Y firmó con Chivite algunos de los vinos navarros más interesantes, pero su patria estuvo siempre en la Ribera del Duero y sus alrededores. Allí, en la Finca Montealto, a cerca de novecientos metros de altitud, fue moldeando el espíritu de esa denominación de origen -marcado por clima, tierra y variedades- del que, junto con otros enólogos, fue precursor. Y ofreciendo marcas como Montebaco Cara Norte, Montebaco Selección Especial o Magallanes que merecían y merecen reconocimiento y admiración.
Las complicaciones causadas por la COVID-19 se han cobrado otra víctima y se han llevado a un hombre sabio que regalaba, sin darse importancia, saber hacer y saber estar. Transmitía como pocos, a golpe de diagnósticos certeros, su pasión por la viticultura, por las elaboraciones especialmente cuidadas y por las experiencias serenamente innovadoras. Con 54 años ha dejado desolación entre familia y amigos y una cita pendiente, cuando toda esta tortura acabase, que ya no se podrá celebrar. Permanecen, y no es poco, sus vinos, su manera de entender la enología y el recuerdo de su entrega, generosidad y alegría. Y, además, el regalo de una sincera amistad.