Es, como casi todo en aquella montaña, una obra esculpida sobre la naturaleza por la mano del hombre. Primero al conseguir el dominio de la segunda fermentación en botella que conquistó para el vino nuevas sensaciones y convirtió al champán en un símbolo asociado a la alegría y al éxito. Y por segunda vez cuando los fundadores de algunas casas establecieron estilos que hoy siguen levantando pasiones en todo el mundo. Entre ellos, Joseph Krug, que dio vida en 1843 a la grande cuvée que lleva su apellido.
Desde entonces la labor de crear cada año el mejor champán posible, como él soñó, la han desarrollado en esa empresa hombres y mujeres a lo largo de 170 ediciones. La última, marcada con ese número, se presentó hace unos días de manera simultánea en un buen número de países. Una cita que tras dos años de escasa alegría y ausencia de símbolos necesitaba ser algo más. Quizá un esperanzado brindis, de acuerdo con el rito seguido por Olivier Krug, sexta generación al frente de esa firma, para iniciar su comparecencia virtual.
A partir de allí la finura de la espuma y los tenues apuntes florales de Krug Grande Cuvée 170ème Édition, sus delicados tonos a brioche, la presencia de otros recuerdos a pastelería y los matices cítricos (lima) ofrecieron una seria llamada de atención. Impresión que completan su complejidad, vibrante acidez y largo final que formaban parte de una triple cita. Las dos elaboraciones que van a salir al mercado y la posibilidad de efectuar un recorrido a través de otras siete botellas por entre los bastidores de esa bodega como señalaba la invitación (Krug Behind the Scenes 2022).
La presentación incluye cada año un champán rosado -nacido por su mayor versatilidad gastronómica- que camina ya por la vigésima sexta aparición. Intensos aromas a frutas (pomelo y otras), tensión, nervio, equilibrio y discretos amargos caracterizan su marcado sabor. Dos recreaciones, en dos colores, que combinan -con idéntica importancia- arte y biblioteca. Inspiración, olfato, memoria, talento y en ocasiones hasta genialidad son necesarias para combinar pagos, años y variedades. Imprescindible también contar con una biblioteca -colección de viejos vinos- de la que extraer todo lo necesario para suplir carencias e impulsar virtudes de la añada principal.
Ambas marcas nacieron en torno a la complicada cosecha del 2014 reforzada, si puede decirse así, con porcentajes de otras añadas poco frecuentes en la grande cuvée (45 %). Veintiocho vinos forman parte del rosado y 195 del blanco. El más viejo en el apetecible rosé es del 2005 y de 1998 -a punto de cumplir los veinticuatro- en su elegante compañero. Solo al conocer estos datos desde más allá de las candilejas es posible imaginar la sofisticada grandeza que encierran sus burbujas.
Un momento así obliga a cerrar los ojos y a trasladarse hasta ese universo lejano que rodea a la ciudad de Reims (Francia). Es la manera de acercarse a los trabajos de los viticultores, al ciclo vegetativo de sus vides y al tiempo que les acompañó. Una aproximación a los tesoros reunidos por la actual chef de cave, Julie Cavil, y sus antecesores para intentar cumplir, dando lo mejor de sí mismos, el mandato del fundador.
Ese viaje, casi irrealizable, fue posible gracias a los vinos de impecable nivel que Krug puso encima de la mesa: seis ediciones de la grande cuvée y tres del rosé. Como ocurre tantas veces el instante mágico se reveló por sorpresa. El más alejado en el tiempo de los rosados, Krug Rosé 20ème Édition, fue el que destapó esa gracia reservada a los elegidos. Una despedida memorable de quienes habían asumido la obligación de mostrar todo su poder, quizá el más refinado de aquellas tierras, como única forma posible de declarar inaugurado el futuro.