Fue un símbolo del vino español y de la denominación de origen calificada a la que pertenece. De la mano de una cosecha excepcional y de sus productores más destacados, Rioja dio en aquellos años una llamada de atención sobre el elevadísimo nivel que podían ofrecer sus vinos. Y allí estaba, entre ese puñado de marcas selectas, codiciadas por profesionales y coleccionistas, Finca Valpiedra 94.
El emocionante reencuentro con ese tinto se ha producido casi dos décadas y media después. Ha sido al final de un recorrido técnico y enoturístico por ese meandro del Ebro, situado en el límite de la Rioja Alta con la Rioja Alavesa, sobre el que se asienta la firma. Un raro ejemplo en la realidad riojana de vinos nacidos de un solo viñedo en propiedad pegado a la bodega.
El camino cargado de belleza por el que los visitantes recorren uno de los grandes pagos de este país tropieza con una parada obligada. Es el rincón desde donde escuchar claramente el rumor del cauce del agua al aumentar su velocidad para saltar sobre las piedras. Allí una pérgola de diseño actual, que cubre mesas y sillas, ofrece el mejor lugar donde apreciar algunos de los vinos que produce, en Rioja y en otras denominaciones, la casa.
La descripción de Finca Montepedroso 2020 debería concluir tras asegurar que se trata de un rueda de verdad. Blanco de impecable factura en el que se reconocen con nitidez las características de la verdejo (aromas a fruta y a hierba fresca, cítricos, notas amargas…) junto con la sensación de volumen y mayor complejidad que aportan sus cinco meses de crianza sobre lías. El tinto Cantos de Valpiedra, segunda marca de Finca Valpiedra, que cruza con bien la añada 2017, se muestra como un edificio bien construido con mucha capa, frescor y fruta.
Las joyas de la corona aguardaban en un sala de catas con singulares vistas. La primera, una marca de producción mínima (Finca Valpiedra Reserva Blanco 2016) a partir de cepas centenarias de viura y el complemento de otros vidueños plantados recientemente. La fuerza de sus tonos amielados, que es capaz de invadir el ambiente, deja escapar algunos recuerdos tostados junto con apuntes a humo y especias. Sensaciones que reaparecen en el final de este vino largo, envolvente, claramente mineral y de una envidiable acidez capaz de estilizar su figura.
Le siguió Petra de Valpiedra 2018, garnacha fresca y frutal injertada sobre los pies que sostuvieron al cabernet sauvignon. Un paso (prometedor) para escribir el futuro con mayor presencia de variedades autóctonas o tradicionales. Y como final, tres añadas muy distintas de Finca Valpiedra. El 2015, profundo y seductor, exhibe notas asociadas a los mejores tempranillos (regaliz, fruta mayoritariamente roja) en compañía de recuerdos a granos de café tostado. Vino intenso, de considerable estructura, atravesado por el frescor y que anuncia ya una larga vida y una positiva evolución.
El 2001, un gran elaboración también, quizá de más lenta evolución, se recrea en sus tonos animales y a cuero que recuerdan al cabernet que entonces formaba parte del coupage. La última botella, degollada con tenazas al rojo vivo para no tener que retirar tan viejo corcho, Finca Valpiedra Reserva 1994. Un tinto del siglo pasado, señalado por la elegancia y por la fuerza, que en cuestión de instantes sedujo y convirtió en partidarios a los que se acercaban a él primera vez. Y que hizo aumentar la admiración por esa tierra revestida de cantos rodados a quienes lo tuvieron y lo siguen teniendo como un vino de culto.
I. P. L.