IGNACIO PÉREZ LORENZ
Malestar entre los viticultores, dicen los medios de comunicación, por las formas, los plazos y las prisas. Y al mismo tiempo, noticias en todas las direcciones atacando el mismo problema. Por un lado la D. O. C. Rioja advierte a las bodegas con excesiva producción de que puede llegar a descalificar esas parcelas. Por otro, el Gobierno de La Rioja dedica millones de euros para transformar en alcohol millones de litros de vino.
Estas y otras medidas y propuestas sugieren numerosas reflexiones. Entre ellas, qué se ha hecho hasta ahora para atajar un problema sobradamente conocido. También, si ahora no hubiera sido mejor llevar a cabo un aclareo de racimos para mejorar la calidad del resto de la producción en lugar de tirar uva durante los días previos a la vendimia. Las recientes advertencias hacen pensar que en anteriores campañas ni los controles ni las sanciones han sido efectivos.
Sobre el trasfondo de esta situación, del intento de mejorar un flanco débil y criticable, sobrevuela la amenaza del secesionismo. Y en la memoria colectiva, el abandono, tiempo atrás, de una de las más prestigiosas bodegas. Repetidos avisos de que el triunfalismo, la autocomplacencia o el aplauso debido -a los que tan aficionadas parecen las zonas de mayor éxito comercial- no pueden ser durante más tiempo la receta. Esta campaña debería estar destinada a establecer un antes y un después en un proceso destinado a elevar la calidad media de la denominación. El compromiso firme, por parte de todos, de ir acortando la distancia que separa a no pocos productores del nivel excelso que mantienen año tras año un buen número de bodegas riojanas.
Foto: D. O. C. Rioja