IGNACIO PÉREZ LORENZ
“De Málaga, de Alicante, de Castellón, de A Coruña.…”. Así, enumerando una larga relación de localidades, daba comienzo una de las más selectas convocatorias del mundo del vino. François Passaga, conocido como Le Patron de FAP Grand Cru, empresa dedicada a importar y distribuir grandes vinos del mundo, agradecía de esa manera el interés de quienes habían cruzado media España para asistir, en el Círculo de Bellas Artes de Madrid, a un encuentro irrepetible. La posibilidad de conocer los grandes vinos de Château Lafite Rothschild, premier grand cru de Pauillac, y de otras bodegas que forman parte de la familia, utilizando la expresión preferida por los responsables del grupo empresarial.
Vinos sin misterio a los que sus elaboradores -aseguran- solo acompañan para que expresen añada y terroir. El estilo de una bodega varias veces centenaria que, como tantas otras, se mantiene especialmente atenta a los cambios que exigen los tiempos. Y que apuesta decididamente por certificar todos sus viñedos como biodinámicos y por realizar pruebas y ensayos sobre la mejor forma de afrontar el cambio climático.
Descorchar grandes tesoros, las viejas añadas, conlleva el privilegio de disfrutar de su positiva evolución y comprobar que todavía les queda mucho camino por recorrer. Para la ocasión, dos vinos separados por el salto atrás de una década: Lafite 2012 y Lafite 2002. Cosechas difíciles que solo dan la talla cuando la selección estricta y un paisaje privilegiado avanzan de la mano. El resultado, botellas marcadas por el frescor de su fruta, suaves taninos y descarada elegancia. El más joven muestra mayor viveza mientras que el más veterano puede que exhiba algo más de pujanza, si bien ambos se reconocen sobrados de clase y categoría.
Château Duhart-Milon, que comparte dirección técnica con Lafite, se alza sobre el viñedo contiguo para mostrar otra forma de contemplar la vida desde ese rincón bordelés. Un vino también del 2012, rico, elegante, fresco, amable y especiado, sostenido por la tensión y el impulso del mayoritario cabernet sauvignon. Completa su diseño la redondez que le ayuda a alcanzar el respetable porcentaje de merlot incluido en su coupage. Entre las sorpresas, un espectacular Chateau L’Evangile 2012 (Pomerol) intenso, frutal, perfumado y con mucha distinción que obliga a contemplar con todavía mayor respeto la belleza que irradian los mejores merlots de esa denominación de origen.
El más alegre de los posibles finales, un sauternes de nuevo cuño: Château Rieussec 2019. Joviales aromas, mayor frescor y menos azúcar en su composición para adaptar esos vinos míticos a otros momentos, otros consumidores y otras combinaciones gastronómicas. La apuesta, a falta de saber el resultado comercial, se sentencia con un interesantísimo blanco dulce (pero no tanto) que puede acompañar a innumerables platos y a casi todas las cocinas. Una muestra más, a golpe de podredumbre noble, de la renovada grandeza bordelesa.