Una encrucijada, entre Jerez y Viña Corrales, en la que se juega su porvenir. Elabora, como le dice Europa, el mismo vino en tres lugares. Y en otros más, que también forman parte -pero poco- de la denominación de origen. Ellos lo llaman zona de producción y zona de crianza. La prueba de que tienen un pasado y también de que no se han adaptado al presente y de que les costará incorporarse al futuro.
Y en medio, Viña Corrales: uno de esos viajes de ida y vuelta que allí tanto gustan. El recorrido vital de alguien que formó parte de la vida y la industria de esa ciudad, que voló hasta la Ribera del Duero y que ha regresado acompañado de un danés que ha revolucionado (a base de cepas viejas) los tintos de esa zona.
Su siguiente asonada ha consistido en vestir a su fino con botella borgoñona. Una decisión que en la patria de esa bebida algunos no aceptan o aceptan mal porque el jerez siempre vistió otras galas. Tal vez no sea fácil asumir que su gran acierto es considerar al fino como el mejor vino blanco de este país. Y a partir de allí, comenzar a satisfacer lo antes posible, con ese blanco tan especial, la intensa demanda que su nombre puede suscitar en todo el mundo.
En un caso así el debate no consiste en hacer cuentas. Poco importa que comprara la bodega hace unos tres años y que para lograr un fino complejo, premiado con muchos puntos, se tarde bastante más. Ni tan siquiera es relevante cuál sea su precio. La historia, en la que algunos tienen memoria suficiente para recitar los versos de aquel precioso romance (“Antonio Torres Heredia, hijo y nieto…), acabará por ser olvidada.
Y lo que quedará, tras esa larga torera, es un mercado satisfecho, la necesidad cumplida de comenzar a hacer marca y un futuro que se escribirá a golpe de sacas, corrido de escalas y la incorporación de otras viñas que permitan construir un relato solvente y un vino con el que disfrutar. Lo único definitivo de esta aventura empresarial es el tiempo. Y más tarde o más temprano el vino de pago que ha empezado a llegar a ese casco bodeguero culminará su inevitable recorrido hasta la solera. Es allí donde hay que esperarlo. Al menos hasta el momento en que otras presencias hayan pasado a ser pura anécdota.
R. de V.
Foto: DO Jerez