Las tentaciones de Ribera del Guadiana y sus acompañantes

Puede que no sea la forma más ortodoxa de comenzar una crónica de vinos, pero resulta imposible hablar, o escribir, de Extremadura sin rendirse ante los jamones, quesos, migas, terneras o corderos que se producen, crían o preparan allí. Elevado nivel del que se contagian -cada día más- unas cuantas bodegas en constante cambio.  

Unos y otros, productos y vinos, vistieron sus mejores y más sabrosas galas para presentarse en Madrid. Era el reencuentro esperado con esos tintos maduros de tempranillo con o sin el acompañamiento frutoso de algún tipo de garnacha y otras aportaciones nacionales e internacionales. Elaboraciones que, entre otras virtudes, suelen mantener una favorable (para el consumidor) relación calidad-precio. 

Todo eso aparece en el interesante y redondo crianza 2017 de Palacio Quemado, un vino con nueve meses de crianza en barrica. También, en un Viña Puebla Selección Roble 2018 de Bodegas Toribio con profunda capa, expresivo y frutal. Y junto a ellos, diseños más ambiciosos con resultados espectaculares como Haragán 2015 de Pago Los Balancines. Un tinto complejo, con recuerdos a tabaco y especias, equilibrado y largo que combina garnacha tintorera y tinta roriz. 

Extremadura vive también mirando de frente al cava y sufriendo además constantes limitaciones para poner en marcha nuevas plantaciones. Quizá por que allí es posible encontrar, de nuevo con precios comedidos, cavas  sorprendentes. Entre otros, un rosado de garnacha, Viña Romale, cargado de fruta y de espuma que se permite ese lujo reservado a quienes alcanzan la mayor calidad y van dirigidos a un público que sepa apreciarlos: ser brut nature.