La noche estará llena de momentos especiales. La presencia y el calor de los seres queridos, el árbol, la música navideña y demás tradiciones. Entre otras, los constantes guiños a la herencia culinaria y al vino como parte irrenunciable de nuestra cultura. Todo ello adaptado a unos nuevos tiempos que imponen casas con poco espacio, abetos artificiales y tabiques que en muchas ocasiones permiten compartir la música. Una época que mantiene también la costumbre de consumir más de lo necesario a mayor precio del conveniente.
Al amor de esa lumbre artificial que son las calefacciones, nada para empezar como un espumoso sin tierra o mejor dicho de todas estas tierras. Nadie nos garantiza que el corcho no sea extremeño, ni que el vidrio proceda de otra comunidad autónoma. Y lo mismo cabría decir del morrión o de la etiqueta sin entrar en la posibilidad de que las uvas o el vino base hayan realizado un viaje de muchos kilómetros. Algo que también ha podido ocurrir una vez terminado el producto.
Será con un vino espumoso. No necesariamente de principio a fin, sino especialmente antes del principio. Probablemente, a partir del momento en que la preparación de la mayor parte de la cena haya concluido para que ayude a crear ese ambiente único. Y no le preguntaremos si tiene o no denominación de origen; ni si forma parte de los escindidos o de los que se quedaron. Y mucho menos si nació en un lugar con inversores llegados de fuera. Ni tan siquiera, si ahora sus accionistas mayoritarios proceden de otros países. El mundo hoy es así. Y en él nos deseamos lo mejor en noches como esta y brindamos para que la dicha nos acompañe en el futuro. Será con vino espumoso…
Revista del Vino