«Es un pequeño paso para un hombre, pero un gran salto para la humanidad». La frase, en esta ocasión, no la pronunció alguien nacido en Ohio sino en Huesca. Y no estaba en esa lejana superficie que solo han pisado dieciocho seres humanos sino frente al escaparate de una pequeña tienda de regalos en una transitada calle de Sanlúcar de Barrameda.
Como en los viejos tiempos esa, y no otra, fue la forma de conocer la noticia. Negro y azul, con palabras en mayúsculas y minúsculas, aquel sencillo cartel lo decía todo: “Juego 6 catavinos DEL CONSEJO 18 euros”. Tan a mano y por tan poco dinero, un bello y elegante instrumento que llamaba la atención sobre cuantos lo rodeaban. Y además, con un acertado diseño que permite apreciar adecuadamente obras de arte, como una manzanilla, y otros vinos del Marco de Jerez.
Existen algunos antecedentes de tan silenciosa novedad protagonizados con acierto, que una sepa, por González Byass. La diferencia, que ahora su uso se está generalizando quizás por la ayuda de la referencia oficial en el nombre o por el peso de la institución. Cercanas y muy interesantes tabernas, como Argüeso, lo tienen por enseña. En otras muchas, más sencillas, ocurre lo mismo aunque en casi todas esos viejos catavinos que causaron furor décadas atrás comparten presente, y es de esperar que no futuro, con tan interesante copa que resulta fundamental para recrearse en los tonos a almendras crudas, a piel de aceituna, en la influencia salina del mar y en el marcado recuerdo a velo de flor. ¿Qué sería de una buena manzanilla sin sus aromas? ¿Para qué queremos beber si no permitimos a lo bebido desnudar su grandeza?
Esta no pequeña, y por el momento triunfante revolución, invita a seguir el camino. ¿Qué sucedería si se extendiera la sensatez suficiente para no servirla en copas mojadas con agua por muy fría o muy congelada que esté? Añadir agua al vino es un atentado -que imita al cometido con las cerveza en terrazas veraniegas- a la muy vieja y muy digna profesión de tabernero ahora rebautizada con tontunas como bartender y otras lindezas semejantes y a la identidad, la magia y el misterio de esa bebida.
María Jesús Alonso
Foto: Paula Pérez