La política, el cine, la mafia, el cambio climático y la evolución de la viticultura y de la enología se entrecruzan en un recorrido por las mejores añadas de Jean Leon. Solo esa bodega podía proponer un viaje por el pasado reciente, en forma de cata vertical, con un comienzo tan singular: el vino servido en la cena oficial de investidura de Ronald Reagan como presidente de los Estados Unidos.
Ángel Ceferino Carrión, emigrante cántabro más conocido como Jean Leon, compartió con James Dean el sueño de abrir La Scala, el mejor restaurante de Beverly Hills. Gracias al éxito de ese local, frecuentado por las estrellas cinematográficas, nacería la bodega del Penedès y gracias a esas relaciones sus tintos llegarían, en ocasión tan señalada, a la mesa presidencial.
Han pasado desde entonces 38 años y aquel vino, Jean Leon 1975, que ahora tiene 44, sigue vivo y además apetecible. Un cabernet sauvignon, con un pequeño porcentaje de cabernet franc, fresco, elegante y amable marcado por sus recuerdos a cuero, tabaco, especias, piel de naranja y frutas deshidratadas.
Las explicaciones de Mireia Torres, directora de la bodega y Sergi Castro, sumiller de Familia Torres, acompañaron tan curiosa experiencia en la que no tardó en aparecer otro especial personaje. Fue al modo de Frank Sinatra, o de cualquiera de sus poco recomendables amigos, como Jean Leon -gran emprendedor pero inexperto bodeguero- consiguió sustituir los plantones de variedades francesas que le habían vendido por otros mucho mejores. Un paseo en época de poda por dos prestigiosos châteaux, Lafite Rothschild y Palmer, fue suficiente. El retorno con aquellos sarmientos (destinados a hacer chuletas en caso de que alguien preguntara) tuvo también enfoque cinematográfico: uno de los coches cruzó la frontera por Cataluña y otro por el País Vasco.
De ese material vegetal vinieron estas cepas. Y de aquella parcela -las ocho hectáreas de Vinya La Scala se plantaron en 1963- estos vinos de finca. Algunos tan logrados como el 82. Un tinto cargado de fruta que se muestra intenso, maduro, profundo, redondo y muy largo. Son añadas que se mueven entre los 11,1 grados de alcohol el primero y los 12,5 el segundo. Eran tiempos en que los registros señalaban que casi nunca las temperaturas en verano superaban los treinta grados centígrados. Hoy con el cambio climático, y tal vez la búsqueda de una mayor madurez, esos vinos alcanzan los 14. Y la suma de los días con temperaturas por encima de los treinta grados no deja de crecer.
La enología cambia y el 89, largo, maduro, muy especiado, fresco, fragante y con el inconfundible estilo de la casa es el primero en utilizar un 20% de barricas francesas. El 94 es añada cálida que inaugura el salto desde los 12,5 grados de alcohol hasta los 13,5 y crea un vino maduro, no tan expresivo y con notas a tostados y torrefactos. Su madera ya es solo francesa y a partir de allí será francesa acompañada de otras procedencias.
El 98, un gran vino, alcanza los 14 grados y estrena la composición que se mantendrá en el futuro. Es un monovarietal de cabernet sauvignon de carácter mediterráneo, voluptuoso, potente y balsámico con tonos a cuero y tabaco. Tan memorable cata de Vinya La Scala continuó con un 2000 poderoso, largo y tánico y se cerró con un 2012 capaz de salvar con bien una añada cálida exhibiendo hasta algunas puntas de frescor. Un magnífico cabernet estructurado, intenso y redondo que se muestra acompañado de recuerdos a fruta madura y granos de café.
Esa elaboración lleva el sello inconfundible de las modernas técnicas. En las instalaciones hay hoy mesa de selección, foudres y botas de todos los tamaños además de huevos y depósitos de cemento o de otros materiales. En definitiva constantes mejoras para que el legado de aquel genial propietario de La Scala no solo se mantenga sino que se actualice. Y para que su bodega y sus vinos, hoy en manos de Familia Torres, sigan manteniendo ese porte cargado de nobleza, elegancia y calidad.