La vid comienza a llorar en toda Europa 

No se espanta, de momento, por la sequía. Un fenómeno frecuente en estas tierras áridas que quizá anuncie pronto su final. O al menos, esa es la esperanza que mantiene. La vid llora porque anuncia la primavera y la vida, porque la sabia surge a través de sus heridas y porque todavía se aprecian, limpios y a la vista, los cortes que unas enormes y extrañas tijeras de poda dejaron en sus brazos. Una dolorosa manera de dar forma a la planta, de alargar su vida, de evitar enfermedades y de afirmar una nueva cosecha con racimos de calidad.

La vid llora también porque contempla lo que ocurre en derredor. Le asustan el abandono de sus más viejas y sabias congéneres, la utilización de veneno y otras prácticas poco o nada sostenibles, las amenazas a un clima que debería ser pausado y tranquilo mientras anhela un entorno privilegiado. El lugar en que se sucedan las estaciones y donde tras la casi siempre bienhechora nieve llegue el sol y, en otro momento, la lluvia barrida a continuación por el sonido de los vientos. 

Cuando es así, parece decir, da gusto entregar tus mejores esfuerzos al fruto; dar vida y calidad a los racimos. Tiempos ansiados que volverán cuando se apague el eco de los bramidos que castigan a Europa del Este; cuando llegue la calma para variedades de uva cuyos nombres parecen ahora todavía más bellos. Blancas como telti kuruk o tintas como black odesa por las que ahora comienza a llorar la vid en toda Europa.
Foto: D. O. Rías Baixas