El Bulli, a diez años del cierre, avanza hacia la inmortalidad

Fue una noche clásica de verano con ese calor húmedo que señala la presencia próxima del mar. El lugar donde para algunos acabaría la fiesta cerca ya de la madrugada. “Soy Neptuno”, repetía José Andrés liderando el grupo que bajaba a sumergirse en las aguas de Cala Montjoi. Era el último rito de una larga y mágica jornada que ponía, no se sabe si punto final o punto y aparte, a la historia más apasionante que han vivido la ciencia y el arte culinarios. Un lugar y un momento irrepetibles que pondrían boca abajo los cimientos de la gastronomía. 

Al frente, Ferràn Adrià. Pegado a él y al proyecto que derribaba una y otra vez los límites de la creatividad, su hermano Albert y no muy lejos, Oriol Castro, Eduard Xatruch y Mateu Casañas, los pilares de un equipo que acumulaba años de esfuerzo desmedido. Esa fue una de las razones que llevaron al cierre del restaurante más deseado del mundo. Entre los restantes motivos pudo estar que la lista que le había aupado cinco veces, cuatro de ellas de forma consecutiva, al primer puesto del mundo necesitaba encontrar y proponer nuevos aires, países, cocinas y protagonistas.

Y así fue como dos años antes de ese (fatídico para algunos) 31 de julio de 2011, Ferran Adriá anunciaba en Madrid Fusión el final aplazado de la historia. A partir de ese momento repetiría, ya sin el compromiso de darle la vuelta completa a la carta cada temporada, los platos más destacados. Eran las últimas oportunidades para una legión de seguidores que aspiraban a vivir o habían vivido allí una experiencia inolvidable. 

El Bulli, al igual que El Circo del Sol, eran la reencarnación del mayor espectáculo del mundo. La representación constante de una función construida a base de perfección y belleza para sorprender, alegrar y satisfacer a un público entregado. Aquel pequeño espacio llegaba a sumar peticiones para más de un millón de reservas cada año que resultaba imposible atender. 

Hoy, ausente esa posibilidad, queda una satisfacción. La de seguir reconociendo una huella, que ampliada, se sigue extendiendo por todas partes. Se encuentra fácilmente en los ingredientes, en las técnicas y en las presentaciones. Lo sepan o no muchos de los clientes, quien inspira esas creaciones, que en cualquier continente les ofrecen sobre un mantel, es El Bulli. Un mito y una leyenda que ahora, a diez años del cierre, avanza hacia la inmortalidad.
María Jesús Alonso
Foto: Charles Haynes (Wikimedia Commons)