El luminoso de Tío Pepe saca pecho en Nochevieja

Dicen quienes lo han visto de cerca, y quienes lo han tocado, que desde hace unos años está más joven que nunca. Es posible que se deba a una dieta para aligerar su estructura, a un tratamiento cosmético que difumine sus arrugas o al complemento de unas pinceladas de color y de sombras que lo hayan dejado resplandeciente. 

Le llegó ese momento cuando llevaba décadas a la intemperie encaramado a un edificio de la Puerta del Sol desde donde contemplaba, cada año, las doce campanadas. Esa única ocasión, como señala la afortunada letra de Nacho Cano, “en que los españolitos hacemos por una vez, algo a la vez”.

A lo largo de su existencia, esa botella vestida con chaquetilla, sombrero y guitarra ha sido capaz de saltar de uno a otro tejado de la plaza. Y así acrecentar una leyenda que le atribuye poderes sorprendentes. No es que a esas horas, y con ese bullicio, los testimonios puedan considerarse fidedignos, pero cuentan quienes en esos momento mágicos le saludan que le han visto sacar pecho. Corresponde a ese gesto con una orgullosa actitud que parecen apreciar únicamente algunas personas: aquellas que pueden presumir de haber probado las mejores sacas de este fino.