¡Larga vida al albariño!

No solo lo hacen bien sino que además insisten. Ese ejemplo poco frecuente lo encontramos en la D.O. Rías Baixas. Bodegas y Consejo Regulador unidos por la noble causa de impartir doctrina; de extender la cultura del vino. Algo de lo que tampoco se puede decir que, en general, vayamos sobrados.

Su objetivo, dejar claro que estos blancos esbeltos, de exquisita acidez y delicados aromas florales y frutales no deben consumirse pronto: son vinos que necesitan reposo (en el depósito y en la botella) y que además evolucionan bien. El paso del tiempo suele ser una fuente de agradables sorpresas para quienes los guarden en condiciones adecuadas.

Parte no pequeña de las prisas por cambiar de cosecha en cuanto da la vuelta el calendario la tiene una ciudad llamada Madrid. Y es allí adonde acuden con frecuencia los elaboradores llevando verdaderos tesoros bajo el brazo: las añadas más veteranas. En ellas se puede apreciar su eterno frescor cada vez más integrado y el desarrollo paulatino de una sorprendente complejidad. Aromas a frutas como la manzana verde, el melocotón o el higo en los más jóvenes, van dando paso en los más veteranos a intensos recuerdos a membrillo y a miel ceñidos por el perfume de las flores secas. Y también, a un paladar redondo, intenso, con un recuerdo largo, elegante y sobre todo evocador.

En la última de estas presentaciones diez cosechas desfilaron por las mesas: las comprendidas entre el 2016 y el 2006 con la sola excepción del 2008. Un mar de albariño (en compañía también de otras variedades) por el que dejarse llevar de la mano. O también, en el que perderse.